La indiferencia a lo nativo
Para fortuna de todas las cosas del mundo el arte actual no muestra preferencias, de ahí que los temas discurran desde la complejidad de un concepto filosófico a la sencillez de una idea cualquiera. En este abanico de posibilidades el autor asume la responsabilidad de que lo seleccionado para su muestrario tenga una razón, un sentido, que si bien se origina de una preocupación personal, esta idea, en apariencia simple, atañe o puede ser de interés a todo mundo; tal sería el caso de la muestra “Flora Nativa” de Liz Vaillard que sin ser un recuento botánico visibiliza algo común en el contexto e invita a reflexionar sobre nuestra cotidianidad y compromisos.
La referencia directa del título y de las obras que componen la muestra indica que el eje de la misma es el conjunto de especies vegetales que pertenecen al ambiente donde naturalmente habitan (dentro de un territorio o región geográfica), que son el resultado de fenómenos naturales sin que haya existido intervención humana; que para el caso particular serían las plantas nativas de la región del Noroeste mexicano o los territorios californios binacionales.
Lo nativo, lo cotidiano suele convertirse en algo tan común, que como tal, deja de llamar la atención, pasa desapercibido, al grado ─incluso─ de ignorar su existencia y en el caso de las plantas nativas urbanas, que puede ser el caso, de Tijuana, vistas incluso como plaga o yerba-mala se podan o se destruyen con herbicidas y pasan a volverse raras o extintas, sin jamás habernos enterado de su existir.
Estas imágenes plasmadas por Liz Vaillard, poseen como carga la visibilización de esta flora, de ahí que rescatan su valor endémico, su belleza intrínseca y nos permiten al mismo tiempo reflexionar sobre la condición humana; la que oculta todo aquello que desde su perspectiva (principalmente económica) no es útil. Que en analogía (si es que es válida) se puede pensar en los personajes marginados que ancestralmente han ocupado las periferias, que están ahí y no los vemos (o no queremos verlos) o la indiferencia a lo nativo, que bien podemos correlacionar con nuestra actitud ante las etnias regionales, las que lentamente desaparecen de la historia sin siquiera enterarnos de su existencia.
El arte tiene (entre otras) esa doble función: complacer y evidenciar, el primero para condescender con el gusto, con el placer y el segundo, para mostrarnos como somos, en nuestra grandiosidad o vileza; de ambas posturas ─siempre─ podemos aprender y esa es su riqueza.
Roberto Rosique